
“La vida es tristeza, supérala” Teresa de Calcuta
Seguro que habrás escuchado mil y una frases sobre la vida, algunas marcadas de optimismo, otras de sentimientos negativos y otras muy reales, sin más. Frases que, con mucha facilidad, se adaptan a nuestras circunstancias y a nuestras vivencias, de tal modo que podríamos pensar que se escribieron para nosotros.
Pero, ¿es posible que solo se hayan escrito para mí? El sufrimiento, la enfermedad, la tristeza, el dolor, la indignación, la rabia… no son sentimientos exclusivos míos, sino comunes al ser humano.
Sin mucho esfuerzo podemos recordar alguna experiencia amarga de nuestra vida, quizás la pérdida de algún ser querido o simplemente momentos de ansiedad y espera en un pasillo de hospital… y con mucha facilidad podemos rememorar momentos alegres, celebraciones, objetivos y deseos cumplidos.
Es una realidad, por tanto, que en la vida se suceden experiencias buenas y malas. La pregunta es ¿cómo enfrentar los tiempos malos? ¿Sólo tengo que esperar, sin más, a que se apacigüen?
Hace muchos años, un peregrino que volvía de Jerusalén a su casa, siendo consciente del peligro al que se exponía en el camino de vuelta, nos dio una buena pista. Estas fueron sus palabras: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?” (Salmos 121:1).
Lo tenía claro, muy claro, sabía exactamente adónde tenía que dirigir su mirada, siempre hacia arriba, buscando la ayuda de aquél que realmente podía auxiliarle y librarle del peligro.
“Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra” (Salmos 121:2). Y también declaraba por qué tenía que alzar los ojos, porque allí arriba está el Señor y, a diferencia de nosotros, él no tiene nuestras limitaciones. Dios es el creador de todo lo que existe y este es motivo suficiente para que el peregrino confiara en él.
El hombre y la mujer del siglo XXI se caracterizan por todo lo contrario. Nuestra mirada tiende al horizonte, solemos buscar la solución a nuestros problemas mirando exclusivamente a ras de suelo, centrándonos en nuestro interior, en nuestro potencial, en nuestras fuerzas… Probablemente estas palabras u otras similares te sonarán: “Solo necesitas tener el espíritu adecuado y disponer de un proceso para resolver el problema en cuestión”.
Y la verdad es que son ciertas, tenemos que poner todo nuestro empeño para mejorar y resolver las situaciones problemáticas que nos llegan, pero la solución que aportan es incompleta porque olvidan utilizar el recurso por excelencia, la ayuda de Dios.
El peregrino también preparaba su viaje al detalle, pero su experiencia le enseñaba que en el trayecto se podían presentar trampas, emboscadas imprevistas para las que no estaba preparado. Por eso sabía que era necesario confiar en Dios.
En el devenir de nuestra vida también encontramos realidades que no tienen solución, que no son reversibles. Mirar al cielo y confiar en Aquél que lo ha creado, que nos ha dado la vida, es una ayuda inestimable. Más que eso, es la garantía del éxito en estos procesos complicados.
Dos formas distintas de abordar nuestros problemas, relacionadas con la dirección de nuestra mirada, centrándonos en nosotros mismos o confiando en Dios. Recuerda, cuando la carga sea pesada, no elijas mirar en la dirección errónea.
“Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará.” Salmo 37:5
Marta López Peralta