El amor, palabra usada sin cesar y, en muchos casos, desgastada y desvirtuada. El amor,  palabra que viene y va, como su significado, el cual en numerosas ocasiones depende del estado de ánimo en el que se encuentra quien lo da. En nombre del amor se han realizado grandiosos actos; en nombre del amor también se han ejecutado las más horrendas atrocidades. ¿Es el amor solo un sentimiento o es algo más?

C.S. Lewis, autor de las Crónicas de Narnia, dijo: «El amor no es un sentimiento afectuoso, sino desear sin cesar el verdadero bien para la otra persona, hasta donde se pueda alcanzar». En otras palabras, el amor es buscar el bien del otro.

            La Palabra de Dios nos insta sin cesar a que amemos, o sea, que busquemos el bien del otro. Desde las páginas del Antiguo Testamento Dios presenta esta verdad en forma de mandamiento: «No seas vengativo con tu prójimo, ni le guardes rencor. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor» (Levítico 19:18). En el Nuevo Testamento Jesús dijo: «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37).

            En el famoso Sermón del Monte Jesús declaró: «Portaos en todo con los demás como queréis que los demás se porten con vosotros» (Mateo 7:12). Nadie en su sano juicio quiere su propio mal. La razón es que cada uno se ama a sí mismo. No han tenido que enseñarnos este aspecto del amor. Pues bien, Dios dice que en la misma medida en que nos amamos a nosotros mismos amemos también a los demás. Es verdad que no podemos lograr por los demás todo el bien deseado, ni podemos tomar decisiones por otros; pero sí podemos y debemos relacionarnos con los demás, «hasta donde se pueda alcanzar», de la misma forma en que nos gustaría que lo hicieran con nosotros. Y esto no es un llamado a fomentar la irresponsabilidad del otro porque yo voy a cumplir con sus compromisos y obligaciones. Eso, en el fondo, sería absolutamente perjudicial. Más bien, lo que Jesús proclama no es un amor que evita el sufrimiento a toda costa, sino un amor que acompaña y apoya en el camino, por difícil que éste sea, de modo que el otro no se sienta solo y al final haya crecido y madurado como persona.

El amor son sentimientos. Pero el verdadero amor es sobre todo voluntad. Los sentimientos son variables, como el viento. Dependen de muchas cosas y por eso son inconstantes. El amor basado solo en los sentimientos es un amor infantil. La voluntad, sin embargo, permanece firme, porque es una sólida decisión, la de buscar lo mejor para el otro con todas sus implicaciones. El amor, en ocasiones da. En otras ocasiones, se abstiene de dar, porque ese es el bien para el otro. A veces habla, a veces calla. A veces suple, a veces permite pasar necesidad. Todos los actos basados en el amor han de estar orientados hacia esa búsqueda del bien del otro.

            El amor al otro no es una opción, sino un mandamiento. Jesús, antes de morir en la cruz, dijo: «Este mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros. Así como yo os he amado, también vosotros debéis amaros los unos a los otros» (Juan 13:34). Necesitamos toda la ayuda de Dios para amar al otro, pero también para dejarnos amar por los demás.

¿Dónde podemos aprender lo que es el amor sino en el origen del amor? La Biblia dice que «Dios es amor» (1ª Juan 4:8). La firme y sólida voluntad de Dios es buscar el bien del ser humano. Sus actos están basados en esto. Conseguir nuestro bien implicó su entrega. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1ª Juan 4:10).

            Solo se puede amar realmente si se ha experimentado este amor de Dios demostrado en la cruz del Calvario. El amor inmerecido de Dios hacia el ser humano es el motor que hace que aquellos que han confiado en él puedan mirar su excelso ejemplo y deseen imitarle.

Elisabeth Ramos

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