Elige bien tus prioridades fue el tema tratado el pasado 3 de enero en el programa Buenas Noticias TV de La2 de RTVE. En un formato de entrevista al pastor Marcos Vidal se mencionaban palabras tales como prioridad, decisiones, comportamiento, el destino y su relación con las prioridades.

No cabe duda de que el tema elegido fue de sumo interés, y la fecha de emisión, principio de año, tiempo en el que se despiertan los buenos propósitos, estratégica. Y es que, salvo raras excepciones, todos deseamos que nuestra vida funcione y que lo haga mejor que el año anterior.

En el ámbito del comportamiento humano hay una secuencia que es invariable. Por mucho que queramos no se pueden alterar ni sus componentes básicos ni el orden en que aparecen. La serie se compone de DECISIONES, ACCIONES y CONSECUENCIAS. La secuencia es esta aunque no seamos conscientes de ello. Incluso si nos arrepentimos de las acciones ya ejecutadas, o nos negamos a sufrir las consecuencias de dichas acciones, la sucesión es siempre la misma: primero las decisiones, después las acciones que hemos decidido y de forma ineludible, más tarde o más temprano, las consecuencias de dichas acciones.

Esta secuencia la experimenta todo ser humano con capacidad para decidir. Es una experiencia continua, infinidad de veces al día, todos los días, durante toda la vida. Hay decisiones no trascendentales, tales como de qué color pinto mi casa o la marca de champú que prefiero. Hay otras decisiones que llevadas a la acción influyen en la vida de forma permanente y en grado capital. Son las decisiones trascendentales. En el caso de que se haya decidido de forma equivocada las consecuencias pueden llegar a ser muy penosas.

Es importante descubrir qué es lo que nos lleva a elegir nuestras decisiones. Las decisiones se apoyan en una base, en una razón, aunque no seamos capaces de explicar dicha razón de forma precisa. Las decisiones se toman atendiendo a las PRIORIDADES. Se define prioridad como «precedencia o superioridad de una cosa respecto de otra». La prioridad es la certeza personal de la importancia de unas cosas sobre otras. Dicho en otras palabras, hay unas cosas que tienen primacía sobre otras, y es esa primacía la que nos lleva a inclinarnos por unas decisiones descartando otras. La prioridad siempre precede a la decisión. La prioridad da cuerpo y forma a la decisión. La secuencia completa queda así: prioridades, decisiones, acciones, consecuencias.

La felicidad, ese anhelado y buscado «estado de ánimo del que disfruta de lo que desea», es hoy en día la prioridad reina sobre la que se basan la mayor parte de las decisiones del ser humano. Se escoge lo que hace feliz, creyendo que no puede ser malo ni hacer daño. Como alguien dijo: «Si me hace feliz, me apunto». Y no es que sea malo pretender ser feliz. Es un deseo legítimo. La cuestión es que esa pretendida felicidad, y más aún si es la única base de las decisiones que se toman, suele tener una cara oculta, que bien puede ser lo efímera que se presenta, o el precio tan elevado que hay que pagar por conseguirla, o simplemente, que es una mentira, pues en lugar de la prometida dicha solo trae amargura al corazón.

En la entrevista del programa de televisión se decía que «tener a Dios como prioridad orienta todas las demás cosas, pone todo en su sitio». Y es que Dios es la prioridad por excelencia. Cuando quitamos a Dios del lugar que le corresponde, cuando él no es el centro de nuestra vida en torno a quien todo debería girar, esa vida, la nuestra, se convierte en un torbellino sin propósito, vacío e insustancial. Las decisiones que se toman aparte de Dios excluyéndolo de la fórmula son las que, pretendiendo tenerlo todo, solo consiguen un agujero relleno de nada. La vanidad de la vida, una vida vacía al final del todo.

Dios mismo dice: «[…] Yo soy el primero y el último, no hay Dios fuera de mí» (Isaías 44:6). «Dios es el Ser absoluto, la primera causa, el origen de toda realidad». «Tú eres el Señor, solo tú. Tú hiciste los cielos, lo más alto de los cielos y todos sus ejércitos; la tierra y cuanto hay en ella, los mares y todo cuanto hay en ellos. A todas las cosas das vida y te adoran los ejércitos del cielo» (Nehemías 9:6).

El profeta Moisés dijo acerca de Dios: «Él es la Roca; su obra es perfecta y todos sus caminos son justos. Dios es fiel y sin maldad, es justo y recto» (Deuteronomio 32:4). De él procede todo lo bueno, él es la fuente de todo. Como dice McDowell «Todo lo que somos ha sido hecho por él. Todo lo que tenemos ha sido dado por él. Todo lo que nos falta puede ser provisto por él». Jesús dijo de sí mismo: «[…] yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.» (Juan 10:10). Solo Jesucristo puede dar la felicidad auténtica, la que no se desmorona cuando todo termina. Esa felicidad que no se apoya en las cambiantes circunstancias sino en Jesucristo, en Dios mismo. «Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto y desciende del Padre […]» (Santiago 1:17). Parafraseando a McDowell, imaginemos cómo cambiarían nuestras actitudes y comportamientos, nuestras decisiones y acciones, si realmente creyéramos que cada aliento que tomamos, cada bocado que comemos, cada músculo que movemos, cada placer que sentimos, es realmente un don, un regalo de un Dios amante y poderoso. Imaginemos «la reverencia, la dependencia de Dios que produciría tal actitud» en nosotros.

Dios sabe lo que es mejor para cada uno. Él quiere nuestro bien. Él busca nuestro bien. Es más, él es nuestro bien. Lo demostró al enviar a su Hijo, el cual «[…] vino para buscar y salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10). Por eso es de vital importancia que, antes de hacer lo que vamos a seguir haciendo el resto de nuestra vida (tomar decisiones, convertir esas decisiones en acciones y, finalmente, recibir las consecuencias), miremos a Dios y lo incluyamos en nuestra vida.

Elisabeth  Ramos

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