
“El que espera desespera”, aludía Antonio Machado a este refrán popular en uno de sus Proverbios y Cantares. Y la verdad es que llevaba mucha razón, porque esperar nos resulta algo ciertamente tedioso y molesto. Sobre todo, porque vivimos en una sociedad abrumada por las prisas y dispuesta a dejar atrás todo lo que no lleve la etiqueta de -instantáneo-. Las salas de espera se ven como antiguallas de otra época y cualquier indicio de espera se valora como un lastre difícil de aceptar en estos tiempos. Lo cierto es que, hemos sido enseñados a definir la espera como un atentado en contra de nuestro progreso y exigimos un conformismo inmediato en medio de un inconformismo mediático.
Es curioso observar que, esta palabra saca lo peor de nosotros mismos al reflejar actitudes que dañan seriamente nuestra salud interior. Este “desesperar” es el resultado de la impaciencia, un estado emocional de frustración que no ha satisfecho sus exigencias. Es decir, no tener el control de las circunstancias tensiona nuestras expectativas provocando emociones negativas como la frustración. Es cierto que esta emoción parece disiparse cuando tenemos lo que esperamos, sin embargo, el germen de la impaciencia sigue activo marcando el control de nuestras actitudes ante las esperas de esta vida.
Ahora bien, qué significado tiene esta palabra en el contexto bíblico. Bueno, el rey David en el salmo 32 versículo 10 nos dice lo siguiente: “Muchos dolores habrá para el impío; mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia”. Hay al menos 3 cosas que nos llevan a pensar en el significado bíblico de esta palabra.
- Esperar en Dios nos da seguridad.
Mientras que la sociedad identifica esperar como algo nocivo, David atribuye la espera en Dios como algo positivo, beneficioso. Este versículo nos muestra un contraste bien marcado entre los dolores del impío -es decir, la consecuencia de aquel que no quiere confiar en Dios- y la seguridad del que ha decidido esperar en el Señor. David confiaba en Dios como aquel niño que se acurruca en el regazo de su madre para que le consuele. Mientras que la impaciencia provoca emociones negativas, esperar en Dios crea emociones y sentimientos de seguridad en alguien que puede consolar y fortalecer nuestra vida.
- Esperar en Dios nos hace ver su misericordia.
El versículo al que estamos aludiendo, está dentro de un contexto de perdón. David había pecado contra Dios y llevaba tiempo sin confesar su pecado. Esta clase de espera le provocó daños integrales: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día” vr. 3. Sin embargo, David reacciona confesando su pecado y pidiendo perdón a Dios: “…Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” vr. 5. David llegó a la conclusión que el tiempo no sana las heridas, sino que las corrompe esparciéndolas por todas las partes de nuestro cuerpo. Solo cuando David confesó su pecado y pidió perdón al Señor pudo ver cómo la misericordia de Dios rodeaba su vida y sanaba todas sus heridas.
- Esperar en Dios nos da esperanza.
Es importante entender que, esperar en Dios no tiene nada que ver con la inactividad. David se sumergió en esta espera desde una posición activa: “Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón” vr. 11. La espera de David le proporcionó argumentos, más que suficientes, para afrontar un futuro gozoso a pesar de las circunstancias. Puede que los problemas duelan y nos provoquen heridas, pero cuando Dios nos rodea con su misericordia, nuestra confianza en él se convierte en una esperanza gloriosa expresada en acciones de gracias.
El que espera desespera, decía Machado, haciendo referencia a un refrán popular. Sin embargo; la espera en Dios genera confianza al ver su misericordia y su perdón rodeando nuestras vidas. Y no solo eso, sino que nos da seguridad para afrontar el futuro sabiendo que él está sosteniéndonos en su regazo.
José Valero Donado