Elegir el lugar correcto de vacaciones para la familia, el coche que nos proporcione los servicios que necesitamos y que se adecue a nuestro presupuesto, los estudios que determinarán nuestro futuro profesional, los alimentos más sanos entre la alta variedad en los estantes del supermercado. Cualquiera de estas comunes situaciones de la vida nos hacen tomar decisiones que pueden ser más o menos acertadas, pero a las que, sin duda y por lo general, prestaremos sumo cuidado, especialmente cuanto más graves sean las consecuencias de una respuesta errónea.

El ser humano, además de las necesidades estrictamente físicas, tiene necesidades espirituales, las cuales, ya sea que se les atienda o no, demandan también una respuesta. Ante la diversidad de posibilidades que ofrece nuestro mundo, quizá podríamos hacernos esta pregunta: ¿a dónde ir? La incertidumbre y el desasosiego que producen la búsqueda infructuosa o la incorrecta elección pueden arruinar la felicidad de cualquiera.

En el pasado hubo un grupo de personas que confesaron, aun llenos de dudas y desconocimiento de muchas cosas, que habían creído en Jesucristo y que estaban decididos a seguirlo. “Señor, ¿a quién iremos?”, Juan 6:68. El apóstol Pedro presentó la razón por la que no había lugar alguno, ni otra persona a los cuales él y el resto del grupo pudieran acudir: “Solo tú tienes palabras de vida eterna”, Juan 6:68.

         Jesús se presenta como “el pan de vida” Juan 6:35, el único que puede dar vida y mantenerla. Y de la misma forma que el alimento físico se une indisolublemente con nuestro cuerpo para aportarle las sustancias que precisa para vivir y mantenerse vivo, de la misma forma el venir a Jesús por medio de la fe y creer en él y en sus palabras otorga vida eterna, puesto que él es el pan de la vida, “el pan vivo”,  Juan 6:51, capaz de dar vida espiritual constantemente.

Una inmensa multitud de personas hambrientas habían sido alimentadas por Jesús de forma milagrosa con tan solo cinco panes y dos pescados. Este hecho despertó en ellos el deseo de seguir a Jesús para que les supliera sus necesidades materiales para siempre. Vieron en Jesús el remedio instantáneo a todas sus carencias terrenales. Pero Jesús, en lugar de responder a sus deseos, les hace ver la importancia de poner toda la atención en las cuestiones trascendentales, las que tienen repercusiones eternas: “Deberíais preocuparos no tanto por el alimento transitorio, cuanto por el duradero, el que da vida eterna. Este es el alimento que os dará el Hijo del hombre…”, Juan 6:27. Sin que esto sea un llamado al descuido de nuestras responsabilidades, Jesús estaba señalando la desproporción que suele existir en los esfuerzos humanos, pues centramos toda la atención en lo pasajero y nos olvidamos de lo que es eterno. Y lo pasajero termina, mientras que lo eterno no tiene fin.

Jesús ocupó el lugar que merecía cada uno de nosotros en la cruz del Calvario. Jesús murió para sustituir al pecador y arreglar las cuentas pendientes que cada ser humano tiene con Dios. Para nosotros es imposible arreglar el desperfecto de nuestro pecado. Por mucho que el hombre y la mujer lo intenten, el resultado será inútil. La exigencia de un Dios santo es extremadamente alta. Solo alguien a su altura, el Hijo de Dios, “Cristo, que ni cometió pecado ni se encontró mentira en sus labios”, 1ª Pedro 2:22, es capaz de saldar la deuda contraída y por su muerte dar vida a todo aquel que en él crea.

El hecho de creer en Jesús como el Hijo de Dios y apropiarse de su sacrificio vicario en la cruz provee vida eterna al que de esta forma deposita su fe en él. Aquella gente a la que Jesús había alimentado milagrosamente le preguntó: “¿Qué deberíamos hacer para portarnos como Dios quiere?”, a lo que Jesús respondió: “Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en su enviado”, Juan 6: 28,29. Creer en Jesús implica reconocer que nosotros estamos equivocado y que Dios tiene razón. Implica confiar en que él va a cumplir lo que dice, su Palabra. Implica dejar de darle la espalda a Dios para comenzar a caminar en armonía con él. Cuando hacemos esto, de la misma forma que cuando comemos el pan físico entra a formar parte del cuerpo, Cristo, el pan de vida, establece una comunión inquebrantable con aquellos que depositan su fe en él y les provee una vida espiritual que es eterna, o sea, sin fin, y cuya calidad nada tiene que ver con la forma de vivir sin Dios, pues él da nuevos valores y una nueva forma de ver la vida a la manera de Dios. De la misma forma que el pan físico calma el hambre y satisface, Cristo, el pan de vida, colma los más profundos anhelos del ser humano y satisface su espíritu.

El que conoce a Jesús y confía en él ha terminado su búsqueda. “¿A quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna”.

Elisabeth Ramos

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