“…Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día” (San Lucas 24:7).
El primer Credo cristiano de los apóstoles, encierra y nos muestra enseñanzas y verdades bíblicas fundamentales declarando: “Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1ª Corintios 15:3,4).
La fe cristiana se basa firmemente en la resurrección corporal del Señor Jesucristo. La validez de todo el Evangelio se mantiene firme sobre esta verdad. El apóstol Pablo afirma claramente: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe” (1ª Corintios 15:14).
Real y verdadera. La resurrección de Cristo ha sido considerado el hecho más atestiguado de la historia, “a quienes (los apóstoles) también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas” (Hechos 1:3). El Cristo crucificado el viernes Santo, cariñosa y fielmente enterrado en la tumba de José de Arimatea, resucitó de entre los muertos el siguiente domingo, llamado Domingo de resurrección, o de gloria.
La evidencia sin adornos de los cuatro Evangelios, muestra que la sepultura del Señor Jesucristo estaba vacía, y que Jesús había sido visto, oído y palpado. El relato de la tumba vacía dado por el apóstol y evangelista Juan es tan detallado y gráfico que solo podía ser la evidencia de un testigo ocular, que estuvo personalmente en aquella tumba.
Después de su crucifixión, el cuerpo sin vida de Cristo fue amortajado en la tradicional manera judía. Pero cuando Pedro y Juan visitaron la tumba la mañana del Domingo de resurrección, Pedro entró primero “y vio los lienzos puestos allí y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no con los lienzos, sino enrollados en un lugar aparte” (Juan 20:6,7). Era evidente que esto no era la obra de un ladrón endurecido e insensible. La ordenada ropa de la mortaja, menos su ocupante, es decir, Jesús, solo puede ser explicada como un milagro. Cristo había salido de esa mortaja, Él había resucitado de entre los muertos.
Por otro lado, las apariciones de Jesús durante los cuarenta días siguientes, fueron muchas y variadas tanto a individuos como a grupos. Pablo escribiendo a los corintios les dice: “…Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y apareció a quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como un abortivo, me apareció a mí” (1ª Corintios 15:3-8).
Convincente. Es interesante ver como la Biblia testimonia que la primera persona a la que se apareció el resucitado Cristo, fue a una mujer llamada María Magdalena. “Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena …” (Marcos 16:9).
En el antiguo Oriente Próximo, la posición civil de la mujer era más baja de lo que es hoy en Occidente, y María Magdalena de alguna manera tenía un pasado más bien vergonzoso. Así que el relato del Evangelio tiene la garantía de autenticidad. Si la narrativa de la resurrección de Jesús hubiese sido ficticia, ningún autor habría inventado esta aparición a mujeres en general y María Magdalena en particular.
Además consideremos la evidencia circunstancial. ¿Qué explica la transformación de los discípulos del miedo al gozo? ¿Por qué tantos cristianos estaban y están dispuestos a sufrir el martirio? ¿Qué causó que el sábado se cambiara del séptimo al primer día de la semana? Pues solo el hecho irrefutable de que la resurrección de Jesucristo es la prueba final de su deidad, que no era solo un mero hombre, sino Dios encarnado. “…nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”, escribe el apóstol Pablo en su epístola a los Romanos 1:3-4.
Cristo anunció que resucitaría del sepulcro al tercer día; y también afirmó: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá” (Juan 11:25). Su resurrección muestra que sus afirmaciones no eran ni inútiles ni vanas. Y también prueban su poder para salvar a los pecadores.
Dios Padre aceptó la muerte de Jesús en el Calvario, en nombre de todos los pecadores, resucitando a su Hijo amado de entre los muertos. Es la aprobación y expresión de gozo y satisfacción del Padre celestial con la Obra sacrificial y expiatoria de su unigénito Hijo Jesucristo.
Aseguradora. Un Salvador muerto no tiene poder para salvar. Pero la resurrección de Jesucristo asegura a los creyentes en Él, que nuestros pecados han sido totalmente perdonados, porque “…Él es la propiciación por nuestros pecados” (1ª Juan 2:2). “…a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25).
La resurrección de Cristo es también la base de la futura resurrección del creyente. Para el cristiano, lo mejor está por llegar. La sepultura no es el final, porque “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicia de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos” (1ª Corintios 15:20-21). Creyentes en Cristo que han muerto físicamente, vivirán eternamente por medio de su resucitado Señor. Él ha ganado la batalla para ellos.
Y con esta maravillosa afirmación de la prometida resurrección de los cristianos, concluye el Credo, es decir la Confesión de fe de los apóstoles y todos los redimidos por la muerte de Jesús en el Calvario: Creo en el Espíritu Santo, en la Iglesia cristiana universal, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la muertos y, la vida perdurable, eterna. Amén.