
Hace algo más de tres semanas que terminaron los Juegos Olímpicos de París 2024. Durante diecisiete días deportistas de más de 200 nacionalidades participaron en este evento multideportivo que se celebra cada cuatro años. De las más de 300 pruebas que se realizan, prácticamente existe total unanimidad en considerar la carrera de los 100 metros lisos masculinos como la prueba reina del atletismo. La expectación que se genera alrededor de esta carrera es insuperable. En estos JJOO el ganador fue el estadounidense Noah Lyles, quien solo tardó en recorrer la distancia 9,79 segundos, o sea, ¡menos de diez segundos! Y si eso nos parece poco tiempo, debemos recordar que en 2009 el jamaicano Usain Bolt paró el cronómetro en 9,58 segundos. Imagínate que a un espectador allí presente, justo en el momento de comenzar la prueba se le cae el móvil al suelo y se inclina para recogerlo, al incorporarse la carrera prácticamente ya habrá finalizado.
Quisiera que por un momento pensáramos en los participantes de esta prueba deportiva tan breve. Durante cuatro años han estado entrenando duramente, invirtiendo, entre otras cosas, mucho tiempo, esfuerzo, trabajo y dinero, y todo para competir en una carrera que va a durar menos de diez segundos y en la que solo uno podrá ser el ganador. Esto me lleva a ver que, de igual manera, en nuestra vida sucede algo parecido. La Biblia a menudo compara la vida con una carrera, la cual comienza cuando nacemos y finaliza cuando llegamos a la meta, es decir, a la muerte o la vida eterna, lo cual dependerá de la decisión que hayamos tomado durante la carrera de la vida en cuanto a qué hacer con Jesús. Él dijo: “El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno de los que viven y tienen fe en mi morirá para siempre” (Juan 11:25-26).
Sin duda el apóstol Pablo era un aficionado al deporte. En muchas ocasiones vemos que a la hora de enseñar utilizaba ilustraciones o metáforas del mundo del atletismo. Escribiendo a los corintios, les dijo: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero solo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis” (1Corintios 9:24). En su despedida de la iglesia de Éfeso dijo: “Por lo que a mi vida respecta, en nada la aprecio. Sólo aspiro a terminar mi carrera y a culminar la tarea que me encomendó Jesús, el Señor: proclamar la buena noticia de que Dios nos ha dispensado su favor” (Hechos 20:24). Y cuando estaba a punto de morir, le dijo a un gran amigo suyo: “He terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me otorgará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida” (2ª Timoteo 4:7-8).
La Biblia no solo compara la vida de una persona con una carrera, sino que además nos dice que esa carrera es muy corta pues pronto termina. La Palabra de Dios nos enseña que la vida del ser humano es “como la hierba, que brota y florece a la mañana, pero a la tarde se marchita y muere… Acabamos nuestros años como un suspiro [susurro, pensamiento]. Algunos llegamos hasta los setenta años, quizás alcancemos hasta los ochenta, si las fuerzas nos acompañan. Tantos años de vida, sin embargo, solo traen problemas y penas: pronto pasan y volamos” (Salmo 90:5-6, 9-10). La vida es “como un suspiro”, dijo el autor del salmo. Y, ¿cuánto dura un suspiro, un susurro o un pensamiento?
Sí, la carrera de algunos velocistas de élite dura menos de 10 segundos. ¡Increíble! Prácticamente, un abrir y cerrar de ojos. Recuerdo en una ocasión en la que hablaba con un hombre de más de 93 años que al preguntarle cómo resumiría su vida me contestó: “Se me ha pasado muy rápido”. Es posible que todos aquellos que ya habéis superado los cincuenta años sepáis de qué estoy hablando. Ya llevamos muchos “kilómetros” recorridos y sabemos que nos acercamos al fin. Es por ello que es de vital importancia que sepamos hacia dónde nos dirigimos, cuál es nuestra meta en esta vida.
Querido amig@, tú y yo estamos ahora mismo participando de la carrera de la vida. ¿Sabes a dónde te diriges? El autor bíblico escribió: “Despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante… puestos los ojos en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona” (He.12:1-2). En esta carrera de la vida mi meta es Jesús. ¿Cuál es tu meta? ¿Dónde tienes puesto tus ojos?
Benjamín Santana Hernández