Un viejo año se ha quedado atrás. Otro comienza y, cual las páginas en blanco de una libreta nueva, cada día se irá llenando con sus penas y alegrías. No sabemos cómo será el 2023, si habrá un equilibrio entre risas y lágrimas, o quizás el llanto nos inunde como un tsunami o, por el contrario, riamos tanto que se nos olvide conjugar el verbo llorar y solo lloremos de risa.

¿Qué esperas de esta nueva sucesión de días, semanas y meses? Quizá seas de los que digas: «Igual que el año pasado y el anterior y el anterior, nada ha cambiado: la lucha está garantizada, aunque no tanto la victoria». O quizá tu respuesta sea un elocuente silencio al no encontrar las palabras adecuadas para describir el desánimo y la falta de fuerzas necesarias para la batalla diaria. Nadie sabe lo que le va a traer el 2023. De modo que la incertidumbre nos acompañará cada vez que suene el despertador y le demos la bienvenida a un nuevo día. Aunque la agenda tenga marcado nuestro rumbo diario, lo inesperado siempre se infiltrará como invitado de honor en nuestras vidas. ¿Hay algo a lo que podamos agarrarnos, algo que no se mueva, algo que sea inalterable a pesar de los cambios constantes del mundo global en que vivimos y de nuestro propio mundo personal?

En una ocasión hubo un hombre destinado a ser grande entre los hombres. Pero mientras llegaba ese momento tuvo que vivir en continua zozobra, huyendo de sus enemigos de forma constante. Casi todos le habían dado la espalda, incluyendo su esposa. Este hombre, quien llegó a ser el rey David, escribió: «El Señor es mi fortaleza, mi roca y mi salvación; mi Dios es la roca en la que me refugio. Él es mi escudo, el poder que me salva.» (Salmo 18:2). Su fe en el Dios que no cambia le había hecho vivir confiado aun en los días más difíciles, aquellos en los que nada ocurre como estaba planeado. «La muerte me envolvió con sus lazos; […] Atrapado e indefenso, luchaba yo[…]» (Salmo 18:4, 5). Si todas las luchas son duras, la lucha contra la muerte seguro que será la más feroz. Esta muerte, de haberse producido, hubiera sido literal para David. Pero también tiene perfecta aplicación en situaciones metafóricas de similar sufrimiento y desesperanza. Es en ese punto en el que David confiesa: «En mi angustia clamé al Señor pidiendo ayuda. […]» (Salmo 18:6). ¡Cuántas veces hemos clamado por ayuda y nadie nos ha escuchado! Quizá no había nadie más, o no podían ofrecernos ayuda, o pudiendo no querían ayudarnos. Pero David sabe a Quién dirige su clamor: a Uno que es fortaleza, como lugar de defensa; que es roca, cual peñasco al que se puede subir y por tanto, salva; que es escudo, cual arma defensiva para protegerse del ataque enemigo. Él está seguro de que va a ser escuchado, y eso fue precisamente lo que ocurrió: «[…] Y él me escuchó desde su templo; mi clamor llegó a sus oídos.» (Salmo 18:6). Dios siempre escucha la oración del afligido. Y la consecuencia de que el Señor escuche el grito de angustia es que Él responde, y su respuesta hace honor a la descripción de fortaleza, roca, salvación, escudo, poder que salva.

Si nunca te has tomado en serio confiar en Dios como tu fortaleza, tu roca, tu salvación, tu escudo, si nunca te has abandonado a su poder, poder que salva, este es un buen reto para el año recién estrenado. Como dijera Moisés: «¡Señor, tú has sido nuestro refugio en todas las generaciones!» (Salmo 90:1). Él no cambia, Dios es fiel por siempre. Quedan muchos días hasta que se termine el año. ¿Vas a luchar en soledad? ¿No querrás que te acompañe Aquel que es el Vencedor? Dios ya ganó la batalla más difícil, la de la cruz, cuando su Hijo Jesucristo tomaba el pecado del ser humano como suyo propio y, siendo inocente, moría como culpable ante la justicia divina en tu lugar, para que tú, limpio con su sangre y perdonado, puedas tener acceso a todas las bendiciones de Dios.

Quizá te sientas desfallecido para enfrentar otra dura e interminable batalla. Pero la Biblia dice: «Él da fuerzas al cansado y extenuado, y vigor al débil. Hasta los jóvenes quedan sin aliento y los muchachos se dan por vencidos. Pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas: emprenderán vuelo como si tuvieran alas de águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no desfallecerán.» (Isaías 40:29-31).

Elisabeth Ramos

Leave a Reply